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  • Writer's pictureLola Violeta

La pequeña Tati - PARTE 1

Updated: Apr 9, 2021


Encontré este cuento hace unos años ya, siendo estudiante de lengua portuguesa. Su autor es el brasilero Aníbal Machado (1894-1864). Al leerlo quedé maravillada con la capacidad de este autor de evocar la infancia. En este caso se trata de una infancia dura, de clase proletaria como pudimos tenerla muchos de nosotros, pero RICA en imaginación, inteligencia, curiosidad y asombro. Leí esta historia con mucho entusiasmo, y también me sacó unas lágrimitas de alegría y de conmoción.

En esta historia además reconocí en su personaje principal, Tati, la infancia de un Ser muy amado allegado a mí. Busqué la historia en Español para que esa persona se leyese, pero para mi sorpresa no la encontré (¡Qué desperdicio!). Animada por esto y por lo gomosa que soy con la cultura lusoparlante, decidí darle existencia a este cuento en Español.

Después de poner el cuento en manos de ese Ser apreciado, decidí que este cuento merecía el placer de ser compartido con otros lectores esperando que como a mí, también toque sus fibras sensibles. He aquí mi interpretación en Español del cuento "Tati- A garota".


NOTA ACLARATORIA: Esta traducción es

sin ánimo de lucro

-por amor al Arte- y ha sido hecha

como ejercicio personal.

 

LA PEQUEÑA TATI


Partes *El mundo de Tati

*Campo de juegos *La aprendiz solitaria

*El hada del rascacielos

*La filósofa Tati *Tati va a la gran ciudad *La formidable madre *Febrónio, el Coco *Contemplando la vida y su misterio

*Los pensamientos vagos de Manuela

*Los deseos de Navidad *Las misteriosas conversaciones adultas

*Un enorme acontecimiento *El advenimiento de un año nuevo


El mundo de Tati

Cuando vio que era realmente imposible, Tati desistió de tomar el rayo de sol exten- dido en el suelo. Sus dedos golpeaban la tierra inútilmente: el reflejo no tenía cuerpo. Su capricho ahora era con el agua. Quería ver si podía agarrar al menos un pedacito de agua del tanque, pero el líquido suspendido entre sus manos se volvió una cosa diferente que se deshizo luego, resplandeciendo entre sus deditos, y mientras tanto, en la superficie del tanque no quedaba la menor cicatriz... Es la primera vez que Tati juega con el agua con la intención de agarrarla, de sentirle el misterio. Se queda tan absorta, que los llamados "¡Anda, Tati! ¡Ya deja eso, niña! " que vienen de la ventana, ni llegan a ser oídos. Luego, empieza a ventear, pero, con el viento era diferente. Tati ya sabía que él nunca se deja agarrar ni ver, aunque viva siempre en todas partes dando demostraciones de su presencia. ¡Ahhh ese viento! ... Antes de subir, arroja agua en sí misma apresuradamente, roceándose el rostro y el vestido como mujer que se perfuma. Al llegar la noche, Manuela se arroja en la cama sin responder algunas preguntas que le hace su hija, siempre intrigada con el agua.

Bajo las cobijas, Tati todavía balbucea los últimos pedidos: un carro y un patito igual al que vio en las manos de otro niño. -Este niño que tenía el patito ¿sabes, mamá? ¡se comía cada bombón de una manera que tendrías que ver para creer! ... ¡El papel era una belleza! Aquí yo creo que todo el mundo come muchos dulces, y también... -Duerme, Tati. -No, mamá, espera, esta parte es buena...

-Duerme...

El mar sería visto en toda su extensión de no ser por el rascacielos. Los otros perso- najes de la vida de Tati, las amiguitas del suburbio, de donde la madre se había mudado, se le barajaron en aquel momento en la memoria. Una porción de niños desaparecidos en el polvo, en la niebla, dentro de la noche... La que más necesitaba del sueño era la costurera. Exhausta, sólo al día siguiente trataría de poner en orden la habitación. El barrio era otra cosa ahora, muy diferente de hace seis años, cuando cosía para una familia rica, ya en embarazo de Tati. El muchacho se casó y se fue a Europa. Pero ¿Para qué pensar en cosas tristes?... -Mamá ese ruido es el mar, ¿no?

-Sí. No tengas miedo. Duerme... La madre se equivocó. Tati no tenía miedo; estaba ansiosa por que el día amaneciera rápidamente para ella poder correr hasta la playa y llegar muy cerca de las olas. Mientras la madre dormía, Tati aún despierta en el cuarto oscuro, sentía estar en un lugar muy diferente, muy lejos de todo. Los trenes del suburbio no pasaban por allí. Se oía tanto y tan cerca el mar que en la oscuridad parecía que la habitación navegaba ... Cuando a la mañana siguiente la niña abrió los ojos, una franja de sol cortaba por la mitad el cuerpo de la costurera. Tati se quedó esperando a que ella se despertara. En vez de despertarla directamente, empezó a hacer ruido como sin querer. Las pregun- tas para hacerle se le estaban acumulando en la impaciencia. El cuerpo de Manuela dividía la cama en dos mitades, como una muralla blanca. Tati imaginó que el otro lado sería el mejor; dio una vuelta carnero y se pasó al otro lado. Le gustó y se rió. Quiso repetir el salto y transpuso nuevamente la colina de carne en el valle de la cintura. ¡Ehh, esta mamá no se despierta! Era grande su madre. En tanto la madre empezó a despertar, Tati se emocionó y le agarró el rostro a besos, bombardeándola a punta de frases y preguntas: -Mamá, ¿Puedes tener un hijo patito?... Yo ya me desperté y ya fui allá, al final del pasillo... Esta casa es muy rara. ¿Me dejas ir a ver el mar ahora? ...Y era así como luego la figurita de la niña se perdía entre las piernas de la multitud de pescadores.

El barrio también tenía ahora a esta pequeña. Le pedían rizos de pelo, se movían con ella, le daban restos de frutas en el mercado. Dos veces, la madre pensó que la niña había sido raptada. Los conductores del sector la llevaban como mascota. La costurera al principio se asustaba, mas después se acostumbró. -Mira, si te quedas en medio de la muchedumbre los pescadores un día te van a aplastar y te van a meter en un canasto pensando que eres un pescado. Tati esta oyendo con atención - ¿Y después, mamá? -Después ... ellos te venden a los clientes. La niña, conmocionada ahora se siente vendida. Estaba a punto de llorar imaginando su destino: cortada, frita o cocida, le explicó la madre -y servida después en algún pastel con mayonesa. Vas a ver! Le dice la madre. Los gritos de dos chicos en la calle le interrumpen la angustia. Tati desciende rápidamente y a los tropezones. Y desde abajo hace una pregunta más: -No seré vendida, ¿verdad, mamá?

***


El campo de juegos

Era la hora concertada para una concentración de muñecas en un lote vacío. Llega- ron algunos niños tímidamente, cada cual trayendo una muñeca horrorosa. Tati, la más lanzada, las iba colocando de manera que formaran una gran familia. Las muñecas de paño y las negritas, se mezclaban en el terreno con las blancas, con las de vajilla, con las indias y con mulatas hechas de hoja de maíz. Una niña, que observaba de lejos, agarrando la suya se acabó adhiriendo. Pero otra niña que se quedó solitaria en un apartamento de un sexto piso, apenas miraba llena de envidia. De abajo, los niños gesticulaban hacia ella: -¡Ven a jugar, boba, ven! A la niñera, cuando la mamá salió de paseo por la ciudad, le habían ordenado no dejar salir a la niña, pero ella estaba loca de ganas de jugar. Un niño travieso que apreciaba la fiesta de lejos, se carcajeaba: -¡Mira a aquél allá, sin cabeza! ¡Qué gracioso! ... Era Yeré, guillotinado desde el año pasado en una ventana. Este muñeco no debía figurar entre los demás. Pero Tati le tenía una estima particular. Sucio, destripado, arrastrado por los perros, tantas veces empapado por la lluvia y rescatado de la caneca de la basura; Yeré tenía casi la misma edad y era el compañero inseparable de Tati. -Espera ahí que voy a buscar su cabeza, dijo Tati corriendo. No encontró la cabeza. En la ventana del apartamento, la niña solitaria exhibía una muñeca maravillosa, que sería la reina en medio de las otras, si bajara. Tan inmóvil parecía la niña de la ven- tana y bien vestida, que no se distinguía bien cuál de las dos era la muñeca. Tati, al volver, explicó que Yeré era así: de vez en cuando se le caía la cabeza. Las piernas y las tripas, ya habían sido cambiadas.

- ¿No estás viendo este brazo? Pues fue mi mamá quien se lo puso. Mamá va a tener ahora un bebé de verdad. Cuando mi papá llegue, él le va a pegar la cabeza. - ¿Tienes padre? -Que si tengo, ¡Uffff! Tengo muchos ... Los niños se rieron. Tati quedó desconcertada. -¡La gente tiene sólo un padre, tonta! explicó una niña rubia. Tati se quedó pensando que más que tener un padre, tener muchos era más ventajo- so. Pero los niños continuaron burlándose. Entonces, pensó Tati, seguramente era porque sólo se podía tener un padre... y el de ella, en ese caso, debía ser ¿quién?, Don Vicente con certeza, quien la llevó a Niteroi tantas veces, que le compra juguetes y que la acompañaba a la feria de degustaciones de dulces, el mejor lugar que existe en el mundo... Mas se quedó con dudas... Le parecía que la madre le había dicho hacia tiempo que su padre había viajado o que había muerto, no recordaba bien. Otros parecían padres, mas desaparecieron luego; Tati ya los había olvidado. Uno con quien paseó un domingo ya era padre de otra niña, ya estaba ocupado... Necesitaba entonces, conseguir un padre, cada amiguita tenia el suyo, a quien se le veía cada día saliendo temprano y regresando a casa con paquetes que con certeza estaban llenos de chocolates. Resultaba siendo Don Vicente, entonces, el nombre que se le ocurría, así de momento. -Yo creo que mi papá es don Vicente... dijo sin convicción. Los otros niños sonrieron. -¿Entonces no sabes quién es tu papá? ¿Qué es eso? Presionada por las preguntas, Tati consideró mejor regresar corriendo a su casa. Su madre era quien debía saber todo. Al pasar bajo el rascacielos recogió maravillada una caja vacía de chocolates lanzada desde arriba. Luego pidió a la madre la aclaración. No entendió nada pero se dio por satisfecha. -...En fin, tu padre, no sé si volverá. Le dijo Manuela. Además, ¿Para qué necesitas un padre? -Los otros tienen, mamá. -¿Tu muñeca tiene padre, lo tiene? ¿Entonces? Tati dejó caer una cortina sobre ese misterio. Mas el punto clave era que la muñeca no necesitaba tener padre, tenía madre, que era ella, Tati.


***

La aprendiz solitaria


En la puerta estaba parada una niñita que traía a Yeré y a Carolina, un par de muñe- cos olvidados en el lugar de juegos. -Carolina tiene una hinchazón en el brazo. Creo que debió haber sido un alacrán que la picó allá en el monte, mamá...¿Puedo ir a la playa? Cuando nazca el bebé voy a llevarlo a jugar allá conmigo, ¿Nos dejas verdad, mamá? Carolina también va. Una hora después Tati regresó hecha un mar de llanto, toda sucia de arena, indignada porque un avión pasó volando bajo, casi llevándosele la cabeza. -¡Te juro que fue a propósito mamá, te lo juro! Yo lo insulté y regresó todavía con más rabia. Contó que ella y su amiga, la negrita Zuli, cuando se dieron cuenta de que el avión regresaba, se tiraron a la arena y que no le bastó al tiesto ese con volar más bajito sino se fue encima de ellas... -¡Era como un Halcón enorme. Una cosa miedosa, mamá! Cierto día llegó una temporada de horas monótonas, cuando las amiguitas de Tati regresaron a la escuela. ¿Qué hacer ahora? No hay con quién jugar. La hija del tintor no se mueve y casi ni habla. Es con la negrita Zuli que Tati se la lleva bien. Juntas ya plantaron frijol y maíz en la arena. Frijol y maíz de verdad. Tati desea también ir a la escuela cargando una maleta llena de objetos. Se queda horas garabateando en la puerta, aprendiendo solita. Empiezó a crear una carta para el bebé que va a nacer. Quería decirle que viniera rápido, que el nuevo vecindario era una maravilla y que el mar quedaba cerquita. A veces cantaba a su manera “el himno nacional” y se imagi- naba en la escuela. -Llama a tu mamá. Le pide una clienta al llegar a la puerta.

-No puedo. -Eres una buena niña, ve.

-¿Qué usted no ve que estoy trabajando? Se quedó seria y después de un rato levantó el papel para la desconocida: -Mira si salió algo. La mujer finge leer algo en la hoja garabateada. Tati se levanta y exclama emociona- da: -Eso es exactamente lo que yo había escrito! Y luego subió al segundo piso: -Mamá, aprendí a escribir solita. ¿Sabes cómo se hace? Uno estrega bien el lápiz sobre el papel, lo estrega bien y listo. De ahí sale una cosa, lee esto aquí. La madre sonríe mirando el papel y luego pregunta: ¿Y esos garabatos? -Ese es Brasil. La niña le quita de nuevo el papel y recostada sobre el suelo continúa garabateando. -Mamá, creo que hay una mujer que te necesita allá abajo... -Pero ¿Por qué no me dijiste antes? -Lo olvidé.

***


El hada del Rascacielos

Tati sólo dejaba de ser alegre cuando estaba durmiendo, aún así, cuando la tocaban sonreía. Amanecía siempre riendo, como el sol. Cuando le preguntaban por ella, la madre respondía, -Qué se yo, anda por ahí brinconeando. Las personas del vecindario asustaban a Manuela: -Usted está que pierde su hija. Esos choferes no tienen escrúpulos y los camiones son una locura. ¿Qué podía hacer ella? No tenía quien le cuidara a la hija. Amarrarla era imposible... Jugaba siempre en la acera del lado izquierdo del rascacielos, el lado milagroso. Era de ese lado donde caían los objetos. Después de que descubrió ese secreto, la niña pasaba allí horas, a la expectativa. Constantemente entraban paquetes en el edificio. Tati se imaginaba que allí adentro se pasaba muy bien, una especie de paraíso. De vez en cuando descendía una nube de papeles multicolores que Tati agarraba de prisa, maravillada. Siempre del lado izquierdo, una mujer rubia que debía ser un hada, tenía la manía de lanzar fuera objetos de poco uso. Por cierto ya lanzó a los pies de Tati una muñequita y un frasco vacío de perfume. Cierto día la chicuela llegó a la casa con un brasier amarrado en la cintura. Le pareció raro que aquello hubiera llamado la atención de todo el mundo. Otro día llegó con una jeringa de caucho, pero la madre le arrebató inmediatamente de las manos el extraño objeto. Tati se quedó atónita, su madre era formidable pero a veces hacía muchas bobadas, ¿Qué le veía de malo a la jeringa? Pero ya hace mucho que no cae nada del lado izquierdo. ¿Será que el hada se mudó? Mientras espera al bulto de cabello rubio, juega a la Goloza con la negrita. Mira hacia el cerro Pan de Azúcar y dice frunciendo las cejas y estirando la boca: -Voy a ir allá un día. Luego mira hacia el Séptimo piso: -El rascacielos está mal hoy. Cuando yo vaya al cerro Pan de Azúcar, voy a lanzarle piedras a los barcos que pasan por ahí abajo. Una vez un hombre abandonó a su madre y escapó en uno de esos barcos...

Ciertamente ese día no caía ningún juguete del rascacielos. Los pantalones cortos de Tati se secaban en su cuerpo y venteaba frío del mar. Al día siguiente regresó su esperanza de todavía encontrar alguna cosa, mas no podía mirar hacia arriba porque la cabeza le dolía. Una vecina avisó a Manuela que viniera de prisa a llevarse a la niña si no quería verla muerta. Una portuguesa en un patio se cubría el rostro para no presenciar el aplastamiento. -Casi parece una niña abandonada... Pero los conductores hacían la curva con agilidad, con los neumáticos cantando, y Tati continuaba durmiendo en el asfalto, casi en medio de la calle. Manuela bajó, recogió a la hija. La pequeña estaba febril, respiraba mal. Le cambiaron la ropita y le limpiaron la cara. Esa vez la niña no halló sabor en el paseo en bus. A duras penas pudo agarrar a Carolina en el ajetreo de salida. Fue llevada en un santiamén a la ciudad. La bajaron, la metieron en un ascensor, todo en un santiamén. En un santiamén la envolvieron en una sábana y le pusieron inyecciones. Le sacaron las amígdalas. Días después apenas si se acordaba de lo que le sucedió. Sólo recordaba a dos brutos de delantal blanco que la agarraron y de la sangre que salía por su boca y caía en un recipiente. No comprendía cómo era que su madre, tan poderosa y tan buena pudo consentir tamaña estupidez. Quedó resentida durante días, sollozando a veces. Pero con los helados sucesivos que la madre le daba se convenció de que la madre continuaba siendo la misma. Narraba con orgullo a los otros niños la proeza en la que estuvo metida. -¡Ahora no te alejes de mí, oíste! Tati asintió, con la condición de ganar más helados. Su nuevo lugar era ahora la ventana. Pasaba allí, horas, quietecita, espiando la vida. ¿Qué gracia tenía aquello? ¡Qué domingo tan tieso! Vio una ola enorme creciendo hasta reventar en la playa.

-Mamá, llegó ahora una ola del tamaño del rascacielos. Pensé que se llevaría nuestra casa... Continuó observando. No pasaba nada ni nadie. De repente, observó:

-¡Mamá, subió un hombre de negro!

El tiempo pasaba, el tedio pasaba y hasta el mar parecía dormir. Tati también parecía dormir en el parapeto. De nuevo la voz de ella: -Mamá, mamá, bajó otro hombre de negro, hizo una pausa. ¿Eso es gracioso, no? Manuela tiene el pensamiento lejos. La máquina detiene su movimiento. La costurera ahora se asusta porque los gritos que vienen de la ventana son fuertes: -¡Mamá, mamá...! -¿Qué pasa hija, qué fue? ... Manuela temía que la hija se lanzara por la ventana y entró atemorizada en el aposento. -Mamá, le preguntó Tati bajando la voz, ¿Cuando seré grande?

-¡No asustes a tu madre!

***


La filosofa Tati

Desde la ventana y mirando hacia el horizonte del mar pedía explicaciones:

-¿Qué hay allá? ¿Es todavía el mar?... ¿Y después? -Después es África. -¿Y allá? -Allá es La Tijuca. -No, pregunto es allaaaaá, ¿Qué hay? -¡Ay, hija, no lo sé! Tu madre tiene mucho qué hacer.

-¿Y allá? Insistió girándose para el otro lado. -Es el resto de Brasil. Después está América del norte.

-¿Y “el mismo mundo” dónde queda? -Ay, bobita, el mundo es todo esto! Lo que Tati quería hacer si no estuviera presa es abrir un túnel en la arena, jugar a la casita, y subir en el ascensor del rascacielos para ver mejor el mundo que Manuela le venía explicando. Pero su madre estaba de mala racha aquel día, le prohibió todo y la puso en la cama. Inactiva y sin sueño comienza a imaginar y hace preguntas: -Mamá, ¿El hijo de un elefante ya es de ese tamaño? ¿Por qué los animales no hablan, eh? Sabes, Carlitos es un niño malvado... el otro día quería levantarme la falda y le di un coscorrón. Yo también tengo músculo, ¿Verdad mamá? Y quien tiene más músculo que yo es Don Vicente, pero Popeye tiene todavía mucho más...¡Uhhh y el músculo de Dios, entonces ni hablar, verdad! El defecto de su madre, reflexionaba Tati, es que casi no conversa y cuando conversa es sólo con gente grande, sobre costura y enfermedades, sólo bobadas. Saltó a su regazo, era tibio ese regazo... Tati esperaba que amaneciera para dirigirse al mar. El mar estaba siempre en su pensamiento, frente a su mirada o sus oídos. Loca por él, lo respetaba tanto como a su madre. Ambos eran hasta parecidos, aunque no sabía bien por qué. Grandes, poderosos y a la vez tiernos, pudiendo enfurecer de repente, pudiendo matarla si quisiesen. Su madre también era misteriosa; pero cerca de ella, como ahora, Tati se sentía protegida. Y su madre, como el mar, era a la vez terrible, ¡Oh siii, terrible!...


***


Tati va a la gran ciudad

-No juegues muy lejos de casa, le recomendó Manuela cuando el sol del día siguiente clareó en la playa. La niña pensó que había pensado en un juego muy bueno para no tener que alejarse: Jugar a la huerta. En un rincón de un terreno abrió con su amiga, la negrita, unos huequitos y tiró dentro unos granos de maíz y de frijol. Los días iban pasando. -Cuando vayas a la ciudad, ¿Me llevas, mamá? Era una delicia ver las vitrinas. Al principio Tati quería poseer todo lo que allí aparecía. Le costaba comprender cómo era que las personas no hurtaban aquellas maravillas. Agarrada al dedo de su madre iba oyendo las razones por las cuales no se debía hacer eso. Las razones no la convencen tanto como los bellísimos mostrarios de frutas, juguetes y objetos bonitos que van sucesivamente ofreciendo y provocando. -Yo creo que este mundo ya tiene todo, ¿Verdad mamá? Impresionada con una vitrina de quesos pregunta cuál es el árbol que produce aquello. Algunos maniquíes que semejaban gente de verdad la irritaban y sentía deseos de tirarles piedra. La madre se demora con la compra y la niña aprovecha las baldosas para jugar golosa en ellas. Indiferente a los empujones, va siendo arrastrada lejos por el pasar de transeúntes apresurados. ¡Dios mío! Pero ¿A qué almacén entró la madre? Tati ya va lejos más absorta en el juego que amedrentada; pero su madre se demora. ¿Por cuál puerta irá a salir Manuela?

Ahora Tati se siente perdida, angustiada, con ganas de gritar por el parlante de anuncios, cuando una mano afligida la agarra y le da un pellizcón. Era la asustada madre. La chicuela llora y como pide un carrito de juguete entre el llanto, la madre no sabe si está llorando por el pellizco o por la falta del juguete. La costurera revisa la cartera, el dinero no es suficiente. Ante la puerta de una casa de pájaros, Manuela no tiene la fuerza para lograr despegar a la hija del éxtasis que la había dejado boquiabierta. Los canarios cantaban y saltaban. Tati fue de inmediato escogiendo: -Yo quiero aquél mamá, aquél está más viejito... Y los pececitos del acuario ahora... -¡Ayyyy, Es la cosa más linda del mundo! ¿Un día me das uno, mamá? Tati casi pierde la respiración frente al acuario. Al pasar frente a la entrada de una Policlínica, recuerda el olor del Dr. Almeida, el que la operó. Aquí sus ojos se levantaban con terror hacia el rostro de Manuela. ¿Estaba siendo conducida hacia un nuevo sacrificio? Se quedó calladita. Su madre continuó, entró en otros almacenes, saludó gente, discutió precios. El peligro pasó... Tati respiró. Su madre siempre tan desenvuelta y valiente, aunque los hombres la miraban ella era firme y nunca se perdia en la jungla de asfalto.

***

Pincha aquí abajo para la SEGUNDA PARTE...

 

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