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  • Traducción: Lola Violeta

La pequeña Tati - Parte 2


 

Puedes leer la parte 1 en este enlace:

 

La formidable madre


Su madre era realmente formidable, Tati la admiraba.

Con las niñas del barrio a veces apostaban quién tenía la madre más importante y bonita. Fue entonces cuando se estacionó en la acera una señora lujosamente vestida y una de las niñas gritó: -¡Miren, esa es mi mamá! La mujer impresionaba por la riqueza de su apariencia y las demás niñas la miraban con respeto. Tati se quedó contemplándola, medio triste, de repente sonrió y lanzó un grito: -Pero la que hizo su vestido fue mi mamá, ¡Já! -No fue ella, es invento tuyo

-Sí fue, ¿Qué no ves? Atravesó la avenida y le preguntó -¿Verdad que fue mi mamá quien hizo su vestido, señora? La señora se enredaba entre su bolso, sus impertinentes y sus guantes.

-¿No fue mi mamá quien se lo hizo, señora? Un bus fue parando y la señora se embarcó, de prisa, un tanto perturbada. Todavía Tati exclamaba detrás del vehículo: -¡Fue mi mamá, sí, fue ella! Como la discusión con las niñas terminó en pelea, Manuela castigó a la pequeña.

Se extrañó de que luego la niña se quedara quieta por tanto tiempo y fue a revisar. Tati se encontraba frente al espejo colocándose ganchitos en el cabello, en actitud de grande dama, poniéndose colorete en las mejillas y haciendo ademanes de estilo. Manuela se ríe. Tati al ser sacada de su fantasía recibió un gran susto y comenzó a llorar. Lloró bastante.


***


Febronio, el Coco

Son las horas de la mañana y la vida se siente monótona: las muñecas están dañadas, las amiguitas no aparecen. ¿Tati tendrá hambre? No, tiene sueño. Tati se duerme y despierta unas horas después al oir una conversación extraña de la madre con una mujer. Tati hace una pregunta y Manuela responde que cuando sea más grande le va a explicar todo. Ya era enorme la cantidad de cosas que Tati tenía para saber al llegar a ser grande. Las mamás conducían a sus bebés en cochecitos en la hora matinal. Tati llegaba a hacerles cariños pero era rechazada por tener las manos sucias, entonces se iba a jugar con las olas. De repente la playa empezó a quedarse vacía de niños y los cochecitos atravesaban la calle y se desaparecían precipitadamente. Algunas mamás que cocían en las bancas de la playa, junto a los bebés, se levantaban y huían. Primero unas, luego otras y así todas se fueron. Alguien vino a anunciar que Febronio, el monstruo, había escapado de prisión y que merodeaba por las inmediaciones. La noticia fue aún más asustadora debido al cielo que se obscureció súbitamente y al viento que empezaba a agitar el mar. Los cristales de las ventanas se golpeaban cerrándose. El monstruo ya debía andar por ahí al asecho de los niños.

“Es mes de agosto el viento sopla allá viene Febrónio ¡Corran todos! Cierren las ventanas que ahí viene Febrónio. Allá viene como un loco todo barbado al frente de la ventisca ¡Corran todos!”


Tati se quedó allí, solita, pensando si aquello era una cosa que venía del mar. ¿Quién puede saber todo lo que viene del mar? Los niños se fueron y ella se sentía abandonada, queriendo sollozar. Hasta las olas parecían perseguirla, expulsándola de las aguas. Una trabajadora doméstica le explicó: Febrónio está suelto, pequeña. Vete rápido para la casa. -¿Qué pasó, hija? Le preguntó Manuela al verla llegar pálida de terror.

-Febrónio mamá, Febrónio... Dicen que se escapó... ¡Él es el Coco! ¿Me dejas estar en tu regazo? Sólo una pisquita... Manuela difícilmente pudo tomarla en su regazo, porque el bebé en su vientre no dejaba lugar.

***


Contemplando la vida y su misterio

Un día, sin que Tati lo pidiese, todos insistieron para que saliera a jugar. Cuando regresó,

una señora que ni conocía le dio la merienda y una recomendación de que continuara jugando. ¡Y jugó, claro, cómo no! Mas ¿Por qué aquél día todo el mundo la estaba invitando a todo? Era su hermano, que iba a nacer.

Al caer en cuenta adoptó un aspecto serio y no quiso hablar más con las amiguitas. ¡Había llegado el día! En el bosque de un terreno baldío se fue a recoger unas florecitas, a la espera del aviso. La Cigüeña estaba demorando mucho. Ya tarde, le dijeron que podía venir y subió corriendo con la respiración cortada. En el cuarto se discutía cuál sería la mejor manera de dar la noticia:

-Yo creo que usted es quien se lo debería explicar, Dijo una vieja a la partera. -Yo no, no me gusta darle malas noticias a nadie. -Oigan, decidan rápido que la niña ya viene subiendo. -Yo no se lo digo. -Ni yo. -Creo que usted, como tía, es quien debía contárselo.

Manuela murmuró con voz débil, -Pero es necesario decírselo con mucho tacto.

El sonido de los pasos iba creciendo. -Ayy, está viniendo... ya está subiendo las escalas... -¿Qué hacemos? ella va a preguntar por su hermano, ¿Qué hacemos? Los pasos de Tati eran fuertes, subía con su ramillete. Encontró todo diferente en el cuarto, figuras calladas, extrañas y un desagradable olor a desinfectante: ¡el olor del Dr. Almeida! Revisó el techo y las ventanas; ninguna abertura. ¿Por dónde habría pasado la Cigüeña? Cuando giró su rostro hacia la cuna, las mujeres intercambiaron miradas, conmovidas. Fue primero con su mirada que hizo la interrogación muda. Y ense- guida...

-¿Dónde está el bebé? -Hable usted primero. Le insistía alguien a la partera. -¿Dónde está el bebé? ... Insistió la niña dejando caer las flores. Manuela se cubrió el rostro con la sábana para no ver la escena. -¡A ver el bebé! Reclamó con un tono creciente y sollozante en la voz. La pregunta fue hecha con la mirada puesta sobre la cuna vacía. Una de las señoras se la llevó a un rincón para explicarle: -Escucha, hijita, no te pongas triste, Papá del cielo se llevó al bebé, mas te va a dar otro, ¿Oíste? ¡Jum, pero qué le dijeron!... Tati explotó en llanto, hizo rabieta, se sacudió en el suelo donde esparció las flores, le lanzó palabrotas a Papá del cielo y no dejó que nadie la tocara. Las mujeres se limitaron a enmudecer presenciando el desespero de Tati. Después de unos momentos se levantó firme, con el rostro deshecho y se dirigió a la madre. Era su madre quien debía responderle. -¿Donde está el bebé, mamá? Dime la verdad. Manuela apenas la besó sin pronunciar palabra. En la segunda fase del desespero, Tati reintentó en tónica mañosa un “plan B” de reivindicación: -¡Quiero el bebé! ¡Quiero el bebé! ¡Quiero el bebé!

De repente interrumpió la protesta, se encaminó nuevamente hacia su madre, solemne, y propuso una solución: -¿Podrías volver a hacer el bebé, mamá? -Sí puedo, mi bien... -¿Y puede ser para mañana?

Antes de Tati darse cuenta de la sonrisa de Manuela, se escucharon los gritos de la negrita Zuli anunciándole que las plantas habían nacido, que viniera a ver de prisa el maíz y el frijol. Bajó como loca las escalas. Vio que el frijol y el maíz realmente habían nacido. ¡Pegaron, estaban vivos!

Se quedó contemplando los brotes tiernos saliendo de la tierra y saltaba de alegría. Se tomó de las manos con la negrita y ambas danzaron alrededor. Durante días, ya Manuela de pie, la niña se distraía acompañando el desarrollo de los vegetales. Se entusiasmaba y salía a la acera a llamar a los transeúntes para mostrarles. Un Inglés, que se encaminaba temprano hacia su trabajo, se dejó arrastrar por la pequeña manito y tuvo que entrar.

La madre le dijo -Esos hombres no le encuentran gracia, hija. Ellos están siempre muy ocupados... ¿Y ahora esa ventisca? Al Manuela ir a cerrar las ventanas, encontró a Tati y a la negrita agachadas en el terreno. -Sube rápido, niña! -Espera primero a que se vaya el viento, mamá. -Es por el viento fuerte que te pido que subas. -¿No estás viendo que el viento quiere dañar mi maíz?... Tati de rodillas, inmóvil, sostenía los brotes de maíz con ambas manos. La negrita Zuli se encargaba de proteger el frijol. El viento al final pasó y el maíz estaba a salvo. Tati subió con deseos de llevarlo consigo para que continuara creciendo junto a su cama, al cuidado de su mirada.

***


Los pensamiento vagos de Manuela

La costurera tuvo que trabajar el doble para cubrir los gastos del parto.

Las encomiendas de vestidos para fiestas de fin de año hacía que fuera más solicitada por la clientela. Todas tenían prisa. Algunas llevaban a sus hijas vestidas como muñecas. Tati las miraba admirada y las invitaba a jugar y a ver el maíz. Ellas no respondían, permanecían inmóviles. Tati conjeturaba que tal vez esas niñas eran medio retardadas. Cosiendo e inclinada sobre los figurines, Manuela poco se acordaba de la hija que le parecía a veces un obstáculo y que era ahora como si no existiese. Pero Tati iba viviendo a su manera. El asunto del hermanito tan esperado y que nunca llegó se volvió borroso en su memoria. ¡Ah, estaría jugando con él! Pero qué misterio ese asunto... No era tarde y el aposento quedó en penumbra. Tati se espanta. -El cuarto se está marchitando, mamá. La costurera encendió la luz y Tati encontró interesante aquella noche prematura. Qué fácil era improvisar una noche. Se emocionó: -Vamos a jugar a dormir, mamá, así no más, de mentiritas... ¿Sería posible que la madre se rehusara a una invitación como esa? Manuela ni responde. -A esa mamá no le gusta jugar con uno. ¿Por qué Tati está llorando ahora, tan sentida? Fue culpa de Manuela que estalló en carcajadas cuando la hija le trajo una muñeca barrigona y le informó que “Carolina también estaba esperando bebé”. Es que si la muñeca estaba esperando bebé de verdad, pensó la chiquilla, ¿Cómo era posible que su madre lo dudara? A Tati no le gustaba que se tomaran como chiste las cosas serias. Después del parto y a pesar de las luchas excesivas, volvieron al cuerpo de Manuela las formas y líneas habituales, así como ciertas ganas de vivir y expandirse. Con la llegada de Diciembre, se avecinaba un periodo diferente. El verano se aproximaba y con él las ropas veraniegas, la navidad, el año nuevo, las playas llenas y las primeras señales del próximo carnaval, todo le transmitía una emoción que nadie le notaba en su rostro sereno. -Ahora, hija mía, es hora de dormir.

Acostó a la niña y la cubrió. Afuera abría una noche bella y fría, la primera después del invierno. Manuela terminó algunos arreglos en el apartamento y fue a sentarse junto a la máquina de coser, aunque ya estaba harta de la costura. Vió un barco pesquero atravesando una zona iluminada por la luna y desaparecer en la sombra. Su deseo era salir aquella noche de sábado y divertirse un poco. Los enamorados resurgieron de nuevo en la playa luego de una temporada de lluvias. Parecía que se hubiesen quedado escondidos en la neblina, detenidos en el tiempo, hasta poder continuar el eterno paseo. ¿Cuándo sería que su hija alcanzaría la edad escolar? Manuela sólo tendría libertad después de internarla, pero la chicuela tiene apenas 6 años. “Los niños son siempre un encarte”, pensó. Deshacerse de ella no sería difícil si se la entregara a su tía de las afueras de la ciudad. ¿Qué estaría haciendo el padre ahora? Abandonó a la niña y ni siquiera se interesó por conocerla. La costurera se paró a mirar la cama de Tati y sacudió la cabeza apartando el pensamiento sombrío. No, eso no lo haría... La niña no tenía la culpa y entregarla a su tía feroz sería una maldad. Ni a la tía ni al juez de menores. Abrió su bolso, por si acaso y sacó un cuaderno de notas lleno de nombres y direc- ciones. ¡Ah, los hombres! Con su brutalidad, con su egoísmo y su descaro de gozar de las mujeres y seguir como si nada, dejándolas atrás, devastadas en el camino. Manuela era una de esas muchas mujeres decepcionadas del amor y que a pesar de ello se guardan toda la vida para un hombre desconocido. Ella esperaba siempre el amor, pero apenas eran los años los que le iban llegando como vagones vacíos. Tenían sus grandes ojos una luz indirecta, luz que no buscaba las cosas donde ellas se hallaban, como dos reflectores. Cuando caminaba por las calles, los hombres que la advertían se quedaban absortos ante el reflejo de esa claridad. Los que no le conocían la voz, imaginaban un timbre aterciopelado en correspondencia a esa mirada lenta y absorbente de una persona muy amorosa ante lo cual todo lo demás de ella era acertado: El busto, su caminar, sus movimientos. Su cuerpo era delicado hasta la cintura, y de ahí para abajo todo lo que se aproximaba al suelo ganaba fuerza y era apto para recibir las corrientes que venían de la tierra. La decepción con los hombres no la había vuelto menos amorosa. Mientras más se cerraba, se volvía más prudente antes de entregarse a alguien. Era enorme el amor disponible que traía, pero secreto y cauteloso. Aunque no, no tan secreto como para impedir a un transeúnte sensible el pensar al verla: Ahí va una mujer que parece desbordar Amor.

Aquella noche mientras Tati dormía, Manuela pensaba en salir a deambular por la ciudad. ¿Valdría la pena aceptar alguna invitación? Se quedó examinando las propuestas y las direcciones: El Capitán Javier... un tipo guapo, pensó, mas medio estúpido y desagradable; de esos que enamoran a las mujeres a lo lejos pero que de cerca dan náuseas. Era un grupo de contactos numeroso. El Dr. Bastos... Ese parece un buen hombre, pero está absorbido por su situación social y su clínica. En el fondo, es un bobo lleno de preconceptos. Héctor... atleta, rico... un tanto imbécil...

-Ay Dios mío, exclamó bajito, ¿Será que esta pobre mujer no podrá encontrar a quién confiar su corazón? ... Antonio, continuó examinando las direcciones. -Ah, ese sí, aquí está el que me late. Si de mí dependiera, ese nunca sería infeliz. ¿Dónde andará a estas horas? Qué súper camarada sería! Tan sincero, espontáneo... Se sentía capaz de amarlo y pasear con él en esta noche fría de afuera y hasta la madrugada. -¿Te gusto, mamá? Manuela se asustó. Ni se acordaba de que la hija existía. Nunca se imaginó que Tati pudiera hacerle esa pregunta. -¿No estabas durmiendo, hija? -Dime, ¿Te gusto? Su madre estaba tan misteriosa aquella noche... -Duérmete niña. Mira, Carolina ya está soñando. -Pero ¿Te gusto o no te gusto? Tati abrazó a Carolina y continuó fingiendo que dormía. Manuela había comenzado a desvestirse. Su madre era más bella sin ropa, ahora lo notaba. Más bella que todas las clientas que venían a probarse sus vestidos. Su madre era divina... De ella le venía todo. Cuando Tati tiritaba de frío, le saltaba al regazo y luego sentía aquél calorcito. Era una pena que a su madre sólo le gustara conversar con gente grande. La niña, deslumbrada, proseguía inspeccionando el cuerpo que la había engendrado: -¡Ah... Es verdad que antiguamente había allí una barriga enorme, seguro que fue Papá del cielo quien también se llevó aquello, claro!


Los deseos de Navidad

En la mañana de Navidad la plaza amaneció vibrante de campanitas y atravesada por decenas de bicicletas nuevas y luminosas., pero ningún niño quiso prestar la suya a Tati. Sentada en una banca, miraba con envidia a los que se divertían. Estaba enojada con Papá Noel porque no le había traído nada. Desde el año pasado guardaba esa rencilla. Ese viejo sólo le traía juguetes a los otros niños. Resolvió entonces ponerle la queja a su madre llevando de la mano a la negrita Zuli, quien tampoco ganó nada. En la plaza ya se había compichado con otros niños que se habían quedado también “mirando al techo” sin sus presentes. Su madre, siendo tan poderosa, seguro que podría conseguir de Papá Noel alguna cosa. Cierta cliente también le prometió un juguete que nunca llegó. Mas el mayor deseo de Tati era tener una bicicleta. No viendo satisfecho su deseo, sacó del cajón a Carolina y Geré, sus dos muñecos, y se consoló jugando con ellos. Manuela sintió la soledad de la hija y se entristeció profundamente al verla jugar con Geré, todo harapiento, como siempre. Entonces se la llevó al Alto de Santa Teresa. Allá encima un hombre portugués jugaba con Tati mientras la madre contemplaba el océano. Al descender en el tranvía, en la noche, la niña ya dormía en las piernas de Manuela. Bueno, no es cierto, la verdad es que quien venía en el tranvía era solo Manuela, porque su hija venia bajando en una linda y suave bicicleta como no había igual en la plaza. Los otros niños le abrían espacio para verla pasar... Y Tati pasaba airosa, haciendo vibrar las campanillas, un poco pálida, con los mechones de cabello revoloteando al viento. Sentía una delicia enorme en aquella corrida. El tranvía llegó al viaducto y allí la madre hizo abordar a Tati para transbordar. Fue el único pedazo del trayecto en que Tati se montó al tranvía, durmiendo inmediatamente al llegar a casa para luego levantarse rápido y poder retomar el goce en su bicicleta suave y súper veloz. La negrita Zuli viajaba en la parrilla trasera...


Las misteriosas conversaciones adultas

Transcurrieron algunos días y la noche de San Silvestre estaba cerca. En las calles reinaba la alegría, era grande el alborozo da la gente a las puertas de Año nuevo. Compras, abrazos, encomiendas, invitaciones, prisa. Era un hecho que la ciudad entera iba a ponerse feliz en pocas horas. Las clientas de Manuela demandaban que se terminasen de prisa los trajes para la ocasión. La costurera trabajaba el doble, ella misma adelantando la compra de los accesorios, escogiendo los figurines. Tati se demoraba mucho en el marco de la ventana observando el mar, observando la Vida. Al rascacielos entraban decenas de paquetes y de encomiendas ¿Qué tendrían por dentro? Se preguntaba. ¡Qué deseos de abrirlos y ver su contenido! En la acera, en los buses, en los tranvías, Tati veía desfilar a “Los Gigantes”, gente grande que no jugaba y que siempre estaba muy ocupada con cualquier cosa. Tati no comprendía aquél misterio. Las mujeres que se paseaban por la playa le parecían unas diosas... Algunas de esas diosas acostumbraban a no pagar sus deudas, Manuela les guardaba prejuicio. La dueña de la casa en que vivía Tati lo sabía, sin embargo, le declaraba a la costurera que no podía esperar más, pues su atraso ya era grande: -Usted comprenderá, ¿Verdad, Doña Manuela? Yo no quiero desconfiar de nadie, nada más lejos de mí, mas los impuestos están cada vez... Ud. Sabe, ¿no?... Además es fin de año, viene el año nuevo y mis hijas necesitan divertirse, todo son gastos, la vida está difícil. Tati, llegando de la playa en el momento, intervino en la conversa de las dos mujeres: -Hicimos una montaña de arena, mamá, que ¡tendrías que verla!... -Espera hija, deja a tu madre conversar. -... Y ahí en cima pusimos ¿Adivina a quién? ¡A Carolina!... -En todo caso, prosiguió la propietaria, aún puedo esperarla 3 días. -Después, continuaba a su vez Tati, hicimos un hueco que yo creo que va a llegar a Europa...

-¡No interrumpas, niña! Gritó la costurera, apartando a la hija y volviéndose hacia la propietaria. -Pero ¿Usted podría permitirme al menos llevarme la máquina de coser para terminar algunos encargos? -Solo si me deja la vitrola como garantía. La propietaria quedó satisfecha, pues sus hijas tendrían vitrola para danzar. Manuela apenas despidió una lágrima. ¿Cómo la recibiría su hermana en su pueblo, Deodoro? Comenzó a empacar sus cosas sin olvidarse de algunas provisiones comestibles para los primeros días. Llamó a algunas de sus clientas para recibir pagos pendientes, mas ellas no se encontraban en casa o decían que no podían pagarle. Tuvo que vender al día siguiente una de sus joyas a una mujer que vivía en el piso de abajo para los gastos de viaje y el boleto de abordaje. Era la joya que Tati el había pedido “cuando ella muriese”.

***


Un enorme acontecimiento


Era terrible el estrépito de los trenes y los vehículos en la noche resonando en los oídos de la niña, relampagueando por la ventanilla ante sus ojos. Tati sintió que la gran ciudad no tenía fin, mas su valiente madre nunca se perdía en aquella jungla de cemento. Era siempre formidable su madre, pero tan silenciosa... Se acurrucó bien en sus piernas y vio pasar cosas extrañas por la ventanilla: Anuncios luminosos, Cinemas burbujeantes...¿Para dónde estaba siendo llevada esta vez? ¿Habrá otro niño en el lugar a donde iban? ¿Habrá mar? ¿Qué nuevo misterio le reservaba su madre? Inesperadamente, Tati tuvo la sensación paradisiaca de un lugar por donde había pasado y donde había vivido algunas delicias. Dónde era ese lugar, no recordaba bien, pero había estado ahí ya sea dormida o despierta. ¿Hace cuánto tiempo? No era en los suburbios mas tampoco en la playa. Le parecía que había sido hace muchos años. Tal vez era en el fondo del mar, bajo las aguas... antes de nacer. Pasaron por los pueblos de Ingenio Nuevo, Meyer, Piedad, Encantado, Cascadura... Manuela continuaba silenciosa, humillada. Hacia conjeturas amargas. Nunca más iba a volver a Copacabana. La primera vez había perdido su virginidad, y ahora se había atado a una máquina de coser. En aquél momento seguro que sus clientas ya se estaban preparando para la víspera de año nuevo, muchas de ellas vistiendo los trajes, que ella, Manuela, había hecho con sus propias manos sin recibir su pago. Y ahora se encontraba en un bus de quinta, camino a un pueblo a implorar favores a su hermana con aquella niña en brazos, ¡Semejante lío! La noche de camino a aquél pueblo presentaba ese día un aspecto diferente, inspiraba pánico. Los trenes estaban atiborrados con gente afanada y gritando. ¿Acaso se trataba de alguna inspección militar? ¿O era que la gente, en medio de la búsqueda de alegría, se sentía atascada y no podía llegar a sus fiestas? Manuela se encuentra triste y Tati está inquieta. La niña entonces descubre cualquier cosa o a alguien al lado izquierdo. En todo momento se levanta, mira y ríe.

-¡Compórtate, niña!

Pero la pequeña continúa. La madre se impacienta y le da un pellizcón. Su pensamiento estaba lejos de su hija o más bien contra ella. Tati comienza a llorar, menos por el pellizcón que por la hostilidad tan extraña que comenzaba a percibir en la fisonomía de la madre. Era como si intuyera que su mejor amiga pensaba en abandonarla en aquel momento. Tati se encuentra afligida y el bus de quinta tiene muy poca luz. -Eres mala, mamá. -No tienes nada qué estarle mirando de esa manera a esa mujer, reprendió Manuela. Tati le explica entonces, entre sollozos: Le miro la teta, mamá. ¡Ella tiene una teta en el pescuezo!... -Habla en voz baja, que te oye. Eso no es una teta, se llama papada. -¿Y cómo uno puede mamar ahí? Manuela se ríe. ¡Qué imprudente! Se ríe mucho y abraza a la hija y la siente por primera vez. Qué animalito feliz y despreocupado es su hija, ¡tan vital! Llenaba de alegría su casa, su barrio, podría llenar de alegría una ciudad entera. La miró con detenimiento y le tomó el rostro como si fuese la primera vez. Tenía mechones de cabello rebeldes, una boca fresca y ojos grandes. ¡Era tan linda, Tati! Tati era todo en su vida, ¿Cómo no lo descubrió antes? Sólo en ese momento se rendía sin lucha a una hija que desde hace tanto tiempo hacía todo para conquistarla. Comienza de nuevo a reír. Olvida todo. Ni sabe ya cuál pueblo pasó por su ventanilla. La niña deja de sorprenderse con la papada de la vieja. Lo que la sorprende ahora es la risa imparable y compulsiva de la madre, hasta le produce miedo. Los demás pasajeros creen que la mujer enloqueció. Manuela aprieta a su hija al pecho, y la besa muchas veces riendo y llorando. Caen sus paquetes al suelo. Los chécheres que lleva están siendo sacudidos mientras algunas legumbres ruedan y escapan por la puerta del bus. Una mujer recoge y le devuelve algunos paños: -¿No es esto suyo?

Pero Manuela continúa riendo, mirando a su hija y acariciando su cabeza.

-Te adoro, hija mía. Se aproximó alguien más con un objeto en la mano: -Mire su jarra, mi señora. Manuela ni se acuerda de agradecer pues estaba ocurriendo dentro de ella un acon- tecimiento enorme. Otros objetos le fueron entregados por los pasajeros, gradualmente. Bajo la bota de un portugués Carolina está siendo pisada. ¡Pobre Carolina! Esa bota no era un juego. Tati suelta un grito y corre hasta allá para salvar a Carolina. Sólo ahora, vencida por la hija, la madre empieza a encontrarle gracia a cada uno de sus movimientos. Todo la llena de felicidad y de nuevo la envuelve en sus brazos.

***


El advenimiento de un nuevo año

Quien se aproxima ahora hacia Manuela es un obrero que va en el bus.

-Aquí tiene sus papas, mi señora. Manuela aferrada a Tati y Tati a Carolina, durmieron las tres hasta que el automotor anunció la llegada a Deodoro. La costurera desciende con cuidado cargando a la hija, a Carolina y al equipaje. Era necesario que la niña no despertara. Tomó un camino oscuro que conducía a la casa de su hermana. Tati abre un poco los ojos, mira la oscuridad de la noche. Tiene miedo.

-¿Ahí viene Febrónio mamá? Y se duerme de nuevo. Pasó a lo lejos un grupo con un pendón, mas el camino que transitaba la costurera estaba desierto. -¡Cuidado hermosura, no vaya ser que le hagan otro hijo en ese matorral! Le gritó un soldado. Ahora todo el mundo anda enfiestado... La mujer caminaba sin sentir cansancio. Otro acosador atrevido se acercó hasta su oído:

-¡Por qué tan solita, mi bien!... Pero ella no iba sola, iba con Tati. La niña se volvió a despertar al son de una canción que le cantaba la madre. Las dos sonreían. De hecho, era la primera vez que Manuela sonreía para la hija. Se oyó un alboroto enorme, a lo lejos, cortado por la explosión de la pólvora. Llegaba el año 1938. Manuela subió una pequeña colina y llegó al patio de la casa campestre de su hermana. Todo se encontraba cerrado, las luces apagadas. En el pasador de la puerta había una nota que decía: “Nos fuimos a una fiesta. Puedes tocar la puerta que hay una señora al fondo de la casa cuidando”. No tocó la puerta.

En lo alto la noche estaba clara. Miró a lo lejos. Desde cada rincón del horizonte venían rumores y reflejos de fiesta, como si hubiera en ese momento un intento universal de olvidarse de guerras, persecuciones y miserias. Era el armisticio de año nuevo. Manuela también se olvidó de todo, de las amarguras pasadas y por venir y se echó a andar por las calles con una vaga esperanza en su corazón. Tati va mirando hacia el cielo. -¿Aquellos agujeros son todos estrellas, mamá?... Sobre el ancho césped Manuela comienza a danzar como loca: -Es año nuevo Tati, mi palomita, mi tesoro. Tenemos que celebrar... La costurera sube a Tati a sus hombros y así celebran la llegada del año nuevo. Continúa danzando con Tati en sus hombros como si la niña fuese un cántaro de vino. -De aquél lado hay muchas más estrellas, mamá. Mira...

***




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